Para que poder sea querer, hace falta saber qué se quiere.

Pero sobre todo qué quieren los demás, estén o no lo suficientemente informados para saberlo.

Todo aquello que incorporamos del ideario ajeno pasa a formar parte del propio, queramos o no. Con el tiempo y porque algunas ideas se adaptan mejor a nuestra naturaleza –innata o adquirida–, acostumbramos a buscar aquellas reflexiones que refuerzan nuestras convicciones, y esto nos hace ceñirnos a un limitado elenco de autores con los que nos sentimos cómodos. Yo tengo los míos, también entre los contemporáneos, como todo el mundo, y a estas alturas no espero grandes sorpresas por su parte, porque estoy como digo, acostumbrado a la comodidad que la familiaridad de su discurso me aporta.

Si hay alguien a quien respeto y con quien disfruto, ese alguien es Santiago Alba. A estas alturas ya no tengo ídolos, pero si algún día decido que es bueno tener alguno, lo pondré en cabeza de la lista de candidatos. Y sin embargo, hace unos días me rompió los esquemas.

En su artículo, Libia, el caos y nosotros, sale a relucir un Santiago al que no conocía, y al que no esperaba. Y digo que no lo esperaba, porque más allá de su particular visión de la actualidad de Libia y el proceso revolucionario del Norte de África y Oriente Medio, la exactitud o no de la documentación que maneje, de sus vivencias, o de la incompatibilidad de ese discurso con el de Carlo Frabetti, Carlos Martínez o tantos otros que me importan menos que estos últimos; lo que en realidad me ha desarmado es no llegar a entenderle, estuviera o no de acuerdo con él. Lo que me fastidia es no poder saberlo, porque me niego a creer que lo que hay en esas líneas no tenga una lectura mucho más profunda y que no soy capaz de revelar.

Conozco muy bien al Santiago autor, y si por algo me gusta, es precisamente porque sabe caminar sobre la delgada línea que separa idea de idealismo. Me gusta porque le gusta la realidad, por su humanidad, por la cercanía en la simplificación de conceptos complejos, y porque como decía un buen amigo, hay algo –no sé si metafísico, porque no sé qué es eso– que traspasa el discurso y vibra más allá de la tinta de un libro.

Lo que sé es que si confronto el artículo en cuestión con este otro suyo de no hace muchas fechas, sé que algo se me escapa.

Lo que sé, es que lo que he leído en ese artículo es más de lo que soy capaz de discernir, y que confío en él y en su criterio, aunque no lo comprenda. Pero también sé que para mí cada persona es el universo (como para tantos otros. También seguro para Santiago). Sé que no me gustan los discursos radicales que van acompañados de acciones radicales, como no me gustan la Real Politik ni la justificación de los medios empleados para supuestos fines. Quizá me falte inteligencia para abstraerme de la concepción egoísta del individuo, o me falte visión para alcanzar a comprender que debe ser el todo o nada primando la justicia sobre la supervivencia, o que tengo demasiada capacidad cromática en el gris. Pero no logro comprender que para alcanzar el ideal haga falta que muchos miembros destinados a disfrutar esas mieles tengan que desaparecer en favor de la mayoría.

Sólo creo saber, que para alcanzar una verdadera sociedad solidaria y sostenible, habrá que empezar por reclamar o tomar una parcela en los medios de comunicación y en el sistema educativo, y también en el político, y trabajar con paciencia. Solo creo saber que la exigencia de los cambios debe ser firme, pero no suicida, y que dichas exigencias deben circunscribirse al ámbito local aceptado por la costumbre, y que deben estar basadas en posibilidades reales. Y creo saber también, que a día de hoy los pueblos adaptados a una sociedad de las denominadas “tradicionales” aspiran a una vida cómoda y segura según sus costumbres, y que quizá aunque el ideal sea otro, a muchos les baste con saber que disponen de garantías para ver cubiertas sus necesidades si se adaptan a un modelo de convivencia (justo o injusto), en el que nadie quedará al margen o será abandonado.

Las dictaduras son terribles per se, pero hay unas pocas dictaduras, que siendo despreciables como concepto social y de respeto a las libertades, son mucho más cómodas y seguras que la mayoría de las falsas democracias capitalistas. E incluso hay otras a las que denominamos dictaduras, pese a contar con el beneplácito de la mayoría de sus habitantes.

¿Quiero justificar a Gadhafi? En absoluto. Es simplemente mostrar mi incredulidad sobre las revoluciones espontáneas donde no se dan las condiciones para un levantamiento de esas características.

Libia no era el Congo, Rwanda, Nigeria, Haití o tantos otros países invadidos por las corporaciones, donde la explotación y saqueo de los recursos por parte de esos tiburones foráneos es tan sencillo como dominar a una pequeño grupo de agitadores mercenarios, o subvencionar a grupos tribales enfrentados. Tampoco era como Egipto o Túnez donde la desigualdad, la masificación y la precariedad están mucho más acentuadas. No era un lugar donde todos los días murieran cientos o miles de habitantes, o donde la tortura y las violaciones ya no eran noticia por su cotidianidad. Con todos sus graves defectos, era un lugar donde los “libios” comunes, disfrutaban de una educación, sanidad, vivienda, trabajo y protección social superiores a las que aquí en España se vivían en la última etapa de la dictadura franquista (y también superiores a las de la actual democracia, excepto en derechos humanos y ¿política?). También el IDH de Libia era mejor ahora que el de España en aquella época, entre otras cosas. Y la pregunta es ¿hubiéramos estado nosotros dispuestos a que la OTAN bombardease la mayoría de las ciudades en aquel momento para apostar por la incertidumbre de un nuevo régimen porque una minoría así lo hubiera querido?

Lo que es seguro es que la OTAN no ha intervenido por una labor humanitaria, pues en conflictos muchísimo más evidentes (y con pruebas, no como en Libia) e incomparablemente más graves en numero de víctimas y violación de derechos humanos, no se ha intervenido. Y lo que no es seguro, pero sí muy probable, es que la revolución ha sido provocada o acompañada con la intención de instalar un gobierno títere que defienda los intereses de sus señores, como tantas otras veces ha ocurrido en otros lugares, aunque no siempre mediante guerras.

No creo que se pueda defender a Gadhafi, porque hay muchas razones y demasiado evidentes para no hacerlo: desde su absoluta falta de humanidad con los disidentes y los traidores, hasta sus acuerdos con otros criminales respetables de esos que ocupan despachos presidenciales. Pero mucho menos se puede defender a la OTAN. Desde la izquierda se habla mucho del ni-ni, cuando no de un simple “ni” pero sin condenar la intervención que ha hecho posible declararse. ¿Hubiera existido revolución sin OTAN? ¿Dónde están las pruebas de la masacre? ¿Las pruebas aportadas por Rusia sobre la inexistencia de esas masacres aéreas de Gadhafi sobre sus ciudadanos no son válidas y sí lo son las “no pruebas” “no aportadas” por los “aliados”?

En este mundo de intereses (como este), debemos exigir la no injerencia en los asuntos de Estado, especialmente si los aliados tienen al frente marcas comerciales registradas. O bien que se actúe en todos “EN TODOS” e intentando en todo momento evitar la violencia y la lucha armada. Seguro que hay fórmulas para hacerlo, pero falta el interés necesario, o mejor, sobran otros intereses.

En el caso de la posición extranjera respecto a Libia, cuando Gadhafi estaba al frente y era solo “Un amigo extravagante”, decir, que no se puede pasar en tres años de esas declaraciones o de la inclusión en el Consejo de Seguridad de la ONU (del que fueron presidentes rotatorios en enero de 2008), o de su participación como miembro del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (2010), ni de los abrazos en las diferentes reuniones con diferentes mandatarios mundiales… a la declaración de “enemigo público número 1” sin asumir la certeza de la existencia de motivos inconfesables por parte de esas potencias. Si la revolución verdaderamente ha partido como algunos defienden de esa juventud “excelsamente preparada” a nivel educativo, habrá que decir que Gadhafi ha sido el dictador más torpe de la historia, precisamente por procurar el desencadenante de su derrocamiento. Y el del Libro Verde, será cualquier cosa, menos torpe.

Lo que más me llama la atención, es que mucha de esa izquierda que no condena enérgicamente la intervención de la OTAN y que no se manifiesta en contra de esta guerra, no lo esté haciendo porque espere que de esta intervención surja algo mejor que lo que había, sabiendo quiénes son los que están interviniendo, y conociendo el resultado obtenido por estas intervenciones en países como Iraq o Afganistán.

Paco Bello.

Fuentes:

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=XYesnOD6_gQ 

http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2011/09/02/libia/http://www.monografias.com/trabajos10/libia/libia.shtml

http://tenacarlos.wordpress.com/2011/09/23/relaciones-y-relatos-carlo-frabetti-responde-a-santiago-alba/

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135938

http://www.insurgente.org/index.php?option=com_content&view=article&id=8643:la-sagacidad-del-mayordomo-filipino-de-la-embajada-espanola-en-libia&catid=139:estado-espanol&Itemid=557

http://www.insurgente.org/index.php?option=com_content&view=article&id=8648:iha-triunfado-la-izquierda-en-libia&catid=101:africa&Itemid=533

http://www.youtube.com/watch?v=Sp1QPP_mIxA&feature=player_embedded

http://www.afkar-ideas.com/2011/03/libia-de-la-amenaza-islamista-a-la-revolucion/

http://www.afrol.com/es/articulos/29140

http://arabia.reporters-sans-frontieres.org/article.php3?id_article=25527

http://www.eluniverso.com/2008/01/03/0001/14/0642552D736745D58ACABA193D649AB6.html

http://www.un.org/spanish/sc/searchres_sc_year_spanish.asp?year=2009

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